miércoles, 25 de marzo de 2015

"Carpe Diem"


Carpe diem

"Aprovecha el día de hoy", que es lo que significa la locución latina que da título a este cuento, ha sido un consejo recurrente a lo largo de más de dos milenios para incitar al oyente o al lector a aprovechar placenteramente los días de su efímera juventud, -pero ése es el sentido más banal y menos interesante de este adagio-. Y es que hay cosas mucho más rentables y más importantes que aprovechar en cada día de hoy, desde el primer momento en que uno comienza a tener uso de razón y a hacerse responsable de su propia vida.

Tendría Angelito no más de nueve o diez años cuando tuvo su primer enfrentamiento con su director espiritual en el colegio de curas en donde estudiaba.

"Prefiero tener que arrepentirme a tener que lamentarlo" explicó al severo anciano.

"¿Y cómo distingues tú esos dos verbos?" replicó a su vez el viejo jesuíta al filosófico alumno arrodillado en el confesionario.

"Se arrepiente uno cuando ha hecho algo malo; y lo lamenta cuando no ha hecho algo que podía ser bueno".

Fueron pasando los días y los meses y los años y aquella norma de conducta fue una de las muletillas de Angelito, después convertido en Ángel, y después convertido en Don Ángel. Naturalmente tuvo que arrepentirse de innumerables acciones por no haberlas querido lamentar en su momento; pero así y todo, el balance era positivo. Angelito y Ángel y Don Ángel fueron un buscador incansable de fascinaciones y misterios. Él distinguía lo que es una "fascinación" de lo que es un verdadero "misterio" en el componente emocional del asunto. Las fascinaciones gustan y dan un pelín de escalofrío, mientras que los misterios son como el cliché del negativo de la misma foto.

Así que cuando alguien le propuso meterse a hacer magia no lo dudó ni un momento. En el colegio se decía que los malvados satánicos trabajan con hostias consagradas conseguidas por viejas que van a comulgar y se la sacan de la boca y las guardan en un pañuelo, pero él no se creía que eso pudiera funcionar, porque una hostia ensalivada pierde su principal componente, que es su espiritualidad mágica. Tampoco vale una hostia robada directamente del copón, porque se la está sacando de su contexto.

Con el agua bendita pasa tres cuartos de lo mismo: Angelito no se creyó nunca que sirva para espantar vampiros. Ni los crucifijos tampoco; -(a menos que los vampiros les tengan asco porque les recuerde a la muerte)-. Así que después de darle muchas vueltas a lo que la mayoría de las personas entienden por "magia", Angelito, Ángel y Don Ángel, optaron por investigar en profundidad el tema sin cortapisas ni prejuicios.

Si tuviéramos que hacer la relación nominal de los supuestos magos y brujos que visitaron A., A. y D.A., no tendríamos sitio para más en este libro; por lo que vamos a omitirla. Pero un día muy concreto le ocurrió un encuentro casual y momentáneo totalmente trascendental; duró unos tres o cuatro minutos: Fue su encuentro con el Sol:

Fue un 21 de marzo hacia la una y veintidós -hora oficial- del medio día.

Ángel había viajado a un pueblo de la sierra para pasar sus vacaciones de semana santa, y a aquella hora estaba paseando por un bosque a modo de parque que había en los alrededores del pueblo. Encontró una fuente construída rodeada de cuatro bancos de mampostería y se sentó. Desde allí divisó entre los árboles una especie de basamento de un inexistente edificio del que quedaban dos escalinatas simétricas. Se levantó y fué hacia allí.

Se acercó; lo rodeó; subió por una escalera a una plataforma rectangular rodeada por un banco corrido a excepción de por dos huecos para el final de las escaleras. Bajo y anduvo observando: Allí había algo sumamente extraño que no acertaba a definir. Observó atentamente las cuatro paredes de la construcción, incluso pasando su mano al tacto. Observó también los escalones y sus gruesos muretes a modo de pasamanos. Sentía en las sienes los latidos de su corazón expectante y una levísima presión obsesiva en el centro de su frente. Estaba completamente seguro de que allí había algo totalmente extraño e inusual, pero no encontraba nada que revelara qué.

Hasta que de súbito lo comprendió: No era que allí "hubiera algo", sino que allí "faltaba algo que debía estar": LA SOMBRA.

Efectivamente, no había ni un milímetro de sombra en toda la construcción, ni en sus paredes ni en el suelo al pie de las paredes.

Miró su reloj de pulsera, -era la una y veintidós, hora oficial del medio día en el meridiano del lugar, un día 21 de marzo-. Aquel fenómeno no volvería a repetirse hasta seis meses después, y era muy improbable que alguien pasara casualmente por allí durante los tres o cuatro minutos en que era observable.

Se dirigió adonde vivía el cronista de la villa, que era también médico del pueblo, y le contó su hallazgo.

"El sitio que usted ha visto se llama "El Merendero", y lo único que sé de él es que fue restaurado en 1.906, por algunos desconchones que tenía en el revestimiento de mortero y algunas erosiones producidas por la intemperie en su estructura de piedras. Lo que sí hay por allí muy interesante es un círculo de dólmenes en las montañas, que tienen al "Merendero" exactamente en su centro".

Aquella noche Ángel volvió al lugar. Era plenilunio. Se sentó, frente a la Luna, en el banco corrido que coronaba a la construcción, y esperó a apasionarse.

El viento a través del bosque parecía susurrar una ancestral canción musitada por millares de gargantas. Imaginó que todo el valle estaba ocupado por una multitud sentada en el suelo. En un momento dado sintió que una fuerza interior le puso en pie y le obligó a alzar los brazos, y sus pies iniciaron la danza griega del sirtaki.

Fue con esta danza con lo que adoró a la Luna y al Sol Ausente.

Fue su primer rito verdaderamente mágico, del que no se arrepintió jamás.         

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